MIS CHICAS FAVORITAS

Maialen. Agosto de 2016. El kayak de Mailaen vuela sobre las aguas bravas del canal construido en el Parque Radical de Deodoro. Menos de cien segundos después, ya sabía que se colgaría la medalla de oro que tanto ansiaba. Con su pequeña hija, Ane, en brazos y con el oro colgado del cuello, la donostiarra explicaba lo importante que había sido decidirse a ser madre e intentar mantenerse en la élite: “hemos hecho una apuesta por la maternidad y la hemos ganado; quiero visibilizar la importancia de la conciliación”.

Julio de 2021; Tokio. Cinco años después, con 38 años, Maialen sonríe con los ojos llenos de lágrimas, se abraza a los suyos y se da un baño de felicidad, mientras la flamante medalla de plata completa su colección olímpica iniciada con el bronce londinense. Atrás ha quedado no sólo el ciclo olímpico más largo, la pandemia, la dificultad de cambiar de kayak y, sobre todo, intentar superar la incomodidad que le supuso la gloria. No buscaba entrevistas, ni flashes, ni galas ni viajes visitando a sus patrocinadores;  sólo disfrutar lanzada en su embarcación, remar con su gente, ser madre, profesional y deportista. Creyó no poder superar el vértigo que le produjo tanto compromiso social, pero las ganas de volver a disfrutar de la competición olímpica la llevaron a Tokio. Convertida, ya, en leyenda del descenso, Maialen levanta la presea y el pequeño ramillete de girasoles lanzando un beso a la cámara; “Va por Ane”. Ane la espera en casa; esta vez, no pudo viajar con su madre.

Oksana. Chusovitina da la espalda al tapiz, responde al cariño del público dibujando un corazón y con una sonrisa cargada de emoción. Tiene 46 años y termina su carrera de gimnasta a una edad insólita, teniendo en cuenta que en esta disciplina, las niñas de 25 años son consideradas “demasiado mayores”. Oksana ha participado en 8 Juegos Olímpicos bajo tres banderas distintas. Comenzó en Barcelona como miembro de la delegación del “Equipo unificado” que reunía a las ex repúblicas soviéticas y finaliza como gimnasta de Uzbequistán, su país, que le permitió competir por Alemania cuando Oksana y su familia se trasladaron allí para procurar un tratamiento adecuado para la leucemia de su hijo. La enfermedad del pequeño, recaudar fondos para tratarlo,  fue la causa de que volviera a competir y la razón por la que quiso seguir apoyando a la gimnasia uzbeca, en agradecimiento al permiso otorgado por las autoridades para hacerlo bajo pabellón germánico. Este 24 de julio Oksana se llevó una enorme ovación del Ariake Centre. Su hijo, Alisher, hoy tiene 21 años y la siguió desde la distancia; seguramente ese es su mayor triunfo.

Simone. Simone Biles llegó a Tokio envuelta en la aureola que sólo rodea a las verdaderas estrellas. Cinco veces campeona del Mundo, campeona olímpica, decenas de triunfos y de retos alcanzados la convirtieron en una verdadera leyenda de la gimnasia, sólo comparable a Scherbo o Comanenci. En apenas 1,45 de estatura, Biles esconde una potencia capaz de propulsarla donde ninguna gimnasta lo hizo antes y le ha permitido ejecutar ejercicios de enorme complejidad. Pero no son sólo los mortales y la innovación en los aparatos gimnásticos lo que la convirtieron en la estrella que es; su secreto no está sólo en su fuerza muscular sino en su carisma.

 Superviviente de una infancia difícil, criada por sus abuelos que la han protegido todos estos años, Simone superó cada obstáculo que fue encontrando, incluso los abusos a los que la sometió Larry Nassar, ex médico de la selección americana y autentico depredador de las jóvenes deportistas que caían cerca de él. Por eso, cuando esta tarde decidió abandonar el concurso por equipos, la noticia corrió como un reguero de pólvora por teletipos y redes sociales.¿Qué le sucede a Biles?. ¿Volverá al concurso individual?. ¿Cómo es posible que no haya competido para asegurar un nuevo oro olímpico a USA?… Simone Biles decidió salir de la competición y dejar su puesto a una compañera por culpa de la presión a la que está sometida; así lo reconoció la federación americana en un comunicado y así lo confirmó la propia gimnasta. Ganadora de mil batallas, Simone no quiere perder la guerra contra sí misma. Sabe que nada es más preciado en una persona que su propio equilibrio mental y que este es esencial para afrontar cualquier reto, también el de una medalla. Sabe que, por encima de los metales y de los pódiums, está ella misma y su serenidad. “Hay cosas más importantes que la gimnasia”, explicó. Como dirían las comentaristas… “lo clavó”.

Carla. Carla Suárez cumplirá 33 años el próximo 3 de septiembre, pero algunos días antes conmemorará los primeros doce meses de su “nueva vida”. El 1 de septiembre de 2020 la tenista anunciaba su retirada temporal para tratar un Linfoma de Hodking que le habían diagnosticado. Siete meses después volvió a los entrenamientos tras meses de una dureza que sólo quienes padecen un cáncer conocen de primera mano. Hoy se despidió de los JJOO con la grandeza y la emoción que siempre la han definido. Carla no estaba sola.  A su lado su amiga Garbiñe, unos de sus principales apoyos durante este tiempo, hecha un mar de lágrimas. Muguruza aspira a todo en estos Juegos, pero su principal empeño era compartir una medalla con Carla, regalarle el mejor final posible para una más que digna carrera deportiva. No pudo ser.

Carla se retira del tenis pero, con toda seguridad, seguirá vinculada al deporte. El linfoma le robó un tiempo único, unos meses preciosos que no volverán,  pero le regaló el respaldo y cariño masivo, no sólo del mundo deportivo, sino de toda la sociedad española. Hoy se quedó sin medalla, en sus últimos Juegos, en su última oportunidad. Pero… ¿quién necesita una medalla teniendo al lado una amiga como Garbiñe?

LA DISTENSIÓN

(foto de Las Provincias)

                             

En política y en lo que ahora llamamos “relato” – que, con cierta frecuencia, parece más relevante- hay momentos en que el desacuerdo extremo, el nivel de enfrentamiento y las posiciones encontradas parecen hacer imposible cualquier tipo de consenso. El desencuentro entre posiciones ideológicas enfrentadas parece eterno y poco o ningún espacio queda al diálogo y los pactos. La polarización política y la social, a menudo se retroalimentan y el ruido pasa de la sede parlamentaria a la calle y viceversa.

Algo así hemos vivido durante estos últimos años. Desde la crisis económica de 2008, más de una década de conflicto continuado. Las políticas austericidas, la intervención europea, el 15-M, la irrupción de la llamada “nueva política”, la desaparición de referentes clásicos de la política occidental, los chalecos amarillos, el crecimiento de la ultraderecha, el intervencionismo ruso, la llegada de Trump, la corrupción, la moción de censura, el desempleo juvenil, el yihadismo, el conflicto catalán… Un carrusel de enfrentamientos sobre los que la pandemia implosionó llenando de dolor, miedo y muerte las rendijas que se abrían a la esperanza. A las dificultades que suponía la gestión de una situación desconocida hubo que añadir los desencuentros institucionales y los debates partidistas. Ni siquiera en lo más duro de la pandemia hubo alivio ni tregua para quienes debían tomar decisiones dramáticas ante momentos nunca antes vividos. La tentación de sacar rédito a una situación extrema se impuso sobre la responsabilidad que debería haber guiado la actuación de todas las fuerzas políticas, en un momento tan difícil.

Pero en la política, hay también un tiempo para la concordia, el acuerdo y el diálogo. La vacunación masiva, la llegada de los fondos “next generation” y la aprobación del Plan de Recuperación suponen un punto de inflexión que no puede –ni debe- ser obviado. Ni siquiera las cifras de contagios de esta “quinta ola” que nos ha llegado a hombros de la movilidad y las “alegrías” de los colectivos no vacunados (especialmente de las personas más jóvenes) doblega la curva de la esperanza ni apaga la luz que vemos después de este largo túnel. La carga hospitalaria no es ni parecida a la que vivimos hace un año o a principios de este 2021; menos hospitalizaciones, menos personas en las UCIs, pocos fallecimientos; una ola distinta. A la espera de la inmunidad de grupo, no debiéramos perder de vista la prudencia ni relajar en exceso, pero lo cierto es que el futuro se vislumbra radicalmente distinto. La ciencia nos ha regalado una herramienta magnífica para luchar contra la pandemia; los fondos europeos nos abren una puerta a llevar a cabo reformas en el sistema productivo que cambien el paso de este país y nos permitan caminar hacia el relevo generacional sin el trauma de la precariedad, el desempleo y la emigración juvenil.

Pero para que la ciencia avance es necesario invertir en conocimiento. Y para acertar con las claves del desarrollo social y económico sostenible hace falta algo más que gurús económicos, hace falta consenso social, trabajo en equipo y grandes acuerdos. La importante reforma del gobierno de España anunciada por el presidente Sánchez el pasado sábado da la impresión de ir en esa dirección: la de procurar nuevos acuerdos, bajar el tono de las disputas y acercar posiciones que, durante tiempo, parecieron irreconciliables. Tanto los perfiles, como la experiencia y los proyectos que tienen por delante las personas que conforman el nuevo Ejecutivo, apuntan a un nuevo marco de buscar entendimientos y alianzas, frente a los importantes retos que afronta el país. No se trata de ser amables para una foto sino de tender puentes para cruzarlos juntos. Mucho se ha hablado de una “reconciliación interna” del PSOE, pero más trascendente es, para el conjunto de la ciudadanía, el propósito de acuerdos con las restantes fuerzas políticas, los gobiernos autonómicos y los agentes sociales, que ha enunciado tanto el Presidente como la nueva Portavoz, Isabel Rodriguez, así como todos y cada uno de los miembros del Gobierno. Tanto las Vicepresidentes Calviño como Díaz, han insistido en que las inversiones solas no son suficientes para generar crecimiento ni confianza; hará falta reformas, encuentro y trabajar codo con codo desde todas las instituciones y desde la sociedad civil.

Es de esperar que el líder del PP, Pablo Casado, no se deje llevar por el discurso de enfrentamiento que le dieron buen resultado en Madrid (aunque pésimo en Cataluña). Debería, quizás, leer el momento social y cambiar el paso, dado que poco o nada pescará en la extrema derecha negacionista (y menos aún tras la sentencia del TC que da la razón a Vox, aunque sea por la mínima..) y tal vez el país necesita un partido conservador capaz de llegar a acuerdos amplios, transversales y de estar a la altura de las circunstancias. Da la impresión que Casado vive empeñado en una carrera absurda en la que siempre le ganará Abascal y no se da cuenta que, si sueña con ser algún día presidente del Gobierno, lo hará porque le vote una mayoría de personas, alejadas de cualquier discurso extremo, racista o xenófobo. Lo mismo cabe decir de los partidos secesionistas; los gestos hechos por el Gobierno de España han sido suficientemente explícitos como para merecer un cambio en el paso marcado desde Waterloo. Cataluña, España, está llena de personas que necesitan partidos políticos capaces de gobernar con luces largas, instituciones que piensen más en las necesidades de la gente que en justificar la propia existencia del aparato burocrático. Personas que esperan, ahora, acuerdos tras los enfrentamientos, diálogo tras las rupturas y sumar después de tantos años de restas. Lo ha entendido bien el presidente Sánchez; es de esperar que los demás también.

NI PARIDAD, NI IGUALDAD NI NADA

Cuando llega el mes de marzo, la Xunta de Galicia entra en “ebullición violeta”. Declaraciones institucionales, lazos en las solapas de los Conselleiros, y esa cara de gravedad que se le pone a los gobernantes cuando hablan desde la impostura. Los periódicos se llenan de fotos de mujeres singulares que han pasado la vida saltando barreras y rompiendo techos, incluso cuando no son conscientes de ello… Ingenieras, economistas, investigadoras, directivas… Curriculums sobresalientes, experiencias laborales sin par, mujeres capaces que, además, suelen contar su realidad desde la sencillez y no se reconocen a sí mismas como excepcionales. Son días de manifestaciones grandilocuentes que, a menudo, esconden el vacío en el compromiso real con la igualdad.

Pero detrás de marzo llega abril y las cosas vuelven “a su cauce”. Los fondos Next Generation  van a suponer una oportunidad única en la historia reciente –y aún pasada- de España y de Galicia. Miles de millones de euros destinados a modernizar la economía, apostar por vectores estratégicos y reorientar los sectores productivos hacia la innovación, la sostenibilidad y la igualdad de oportunidades. Feijoo lleva meses hablando de los proyectos que, según él, van a suponer un salto inequívoco de la economía gallega. No sabemos si son cuatro, ciento sesenta o trescientos (hay cierta disparidad a la hora de dar las cifras y cierta opacidad informativa), pero está clara su trascendencia. Además, habrá que involucrar al tejido empresarial y financiero privado, motores imprescindibles a la hora de garantizar la coherencia de los proyectos –qué, para qué y cómo- y de atraer inversión nacional y extranjera. Para tan alto cometido, Feijoo ha elegido un “Consello” de análisis, evaluación y seguimiento. Tres Conselleiros, un ex Presidente de la Xunta, un economista y cuatro representantes del ámbito privado, tres de Abanca y uno de Reganosa. Ninguna mujer.

La foto podría ser la de un Casino de principios del siglo XX o la de un Consejo de Administración de ese “democrático y moderno” mundo que es el fútbol. Podría ser un gobierno de aquél Tsipras (aunque estos llevan corbata) o un Sínodo reunido en torno al Papa Francisco. Lo único que no puede ser es la foto de un organismo que aspira, en pleno siglo XXI, a garantizar la solvencia y coherencia de los proyectos económicos llamados a impulsar nuestra economía. Lo único que no puede ser es una foto de la sociedad gallega actual; ni siquiera la foto de la excelencia –académica, económica, investigadora o empresarial- gallega actual.

Ni una mujer. Por no estar, no están ni las Conselleiras directamente relacionadas con la actividad económica y la generación de empleo. No está la de Traballo e Igualdade, que ya se encargó de advertirnos que jamás había acudido a una manifestación del 8-M; está claro que no. No está la Conselleira de Medio Ambiente, a pesar de que buena parte de los proyectos deberán vincularse a la llamada “economía verde” y que tanto la transición energética como el cambio de paradigma ambiental están en el trasfondo de esta “revolución económica” que Europa plantea. Y tampoco está la de Pesca, ya que el sector primario lo representa el Conselleiro de Medio Rural, no sabemos si por cuota masculina o por la ourensana.. o por ambas. Del mundo privado ya ni hablar. Pasó marzo y sus nombres vuelven al cajón, hasta que haya que sacarlos de nuevo para un reportaje subvencionado o una medalla con la que lavar conciencias.

En definitiva, queridas, no existís. No existimos, pero a vosotras os lo digo especialmente.. A las que creéis que con estudiar y prepararse es suficiente, a las que os han jurado que “las que valen, llegan”, a las que no os unís al feminismo porque tenéis miedo que os llamen “feminazis”, a las que rehuís la batalla a ver si así os dejan triunfar aquellos que no valen ni la mitad que vosotras.. A las que pensáis que vuestras hijas lo tendrán más fácil porque son más estudiosas, a las que lleváis siete Máster y habláis tres idiomas y medio.. a las que decís, sin rubor, que esto de la igualdad de género es cosa “del feminismo clásico” y que ahora la lucha es otra.. Falso, queridas. La lucha es esta. La misma de Campoamor, de Beauvoir de todas. La de que las mujeres siguen –seguimos- siendo INVISIBLES, excepto, eso si, cuando llega marzo o –naturalmente-  las elecciones. Porque fueron, somos.

NEGRO

(montaje fotográfico del periódico deportivo MARCA)

En el año 2004, Samuel Eto’o, delantero del Barça, lanzó un balón al público de Getafe harto de que repitieran aquél “uh, uh, uh”-imitando el sonido de los monos-  con el que tantas y tantas veces se ofendía –y ofende- a los jugadores de color. Dos años más tarde se plantó ante la grada de La Romareda que le abucheaba con gritos racistas; aquél día, Eto’o quiso irse del terreno de juego pero sus compañeros le convencieron de quedarse. Finalmente, celebró su gol en Zaragoza imitando el movimiento de los simios, a ver si tirando de ironía y de calidad conseguía tapar la boca a los bravucones camuflados entre la masa. Naturalmente, no lo consiguió.

A Dani Alves le tiraron un plátano llamándole “mono”. El brasileño cogió el plátano y se lo comió. Era abril de 2014, en pleno reinado de Twitter y las redes de todo el mundo se llenaron de fotos de personas comiendo plátanos, reivindicando el gesto del lateral blaugrana y a la salud de racistas, miserables y cobardes. En agosto de 2016, en la primera jornada de Liga, el árbitro paró el partido en El Molinón , entre Sporting y Athletic de Bilbao por los gritos contra Iñaki Williams; de nuevo “uh, uh, uh”, lo que el colegiado recogió en el acta como “la onomatopeya del mono”. En 2020, el mismo jugador acudió como testigo en una causa abierta por un juzgado de Cornellá ante  los insultos recibidos en un partido frente al Español.

El jugador del Valencia, Diakhaby, denunció este domingo un nuevo episodio de racismo, al asegurar que un jugador rival, Cala, le había llamado “negro de mierda” (algo que este niega). La inexistencia de videos o audios que recojan lo denunciado y el hecho de que el árbitro no lo escuchó han convertido el incidente en una suerte de “una palabra contra la otra” que ha terminado por dejar al aire, de nuevo, las costuras del fútbol español. Si es compresible que Juan Cala tiene derecho a defenderse y a la presunción de inocencia, resulta inconcebible que el jugador ché se inventase el insulto racista de no haber existido (o, al menos, así haberlo entendido). En todo caso, más allá de la posición de cada jugador, la gestión deportiva y mediática ha demostrado que sigue existiendo un problema real en los deportes de masas, en los que el racismo, el odio o la descalificación del diferente siguen presentes y amparados en el anonimato de la grada o justificados por el “calentón” del momento.

 El Valencia se fue del campo pero volvió, porque lo importante son los puntos; el club ha justificado su vuelta al campo “porque el colegiado les advirtió que podían ser sancionados”. El comité de árbitros desmiente esto y está “investigando” al Valencia, porque lo importante no es el incidente en sí mismo sino la afirmación del club. El Cádiz mantuvo una suerte de “silencio preventivo” durante 48 horas y su defensa consiste en repetir como un mantra que “no hay pruebas del hecho”. La Liga, como siempre, s einvestiga y se declara inocente; no hay videos. No han sido pocos los medios e informadores que han restado importancia al hecho, como si un insulto más o menos no fuera relevante o aquellos que insisten en que Diakhaby debía seguir jugando, para demostrar no se sabe bien qué. Finalmente, como siempre hay quien va más allá, un periodista de Canal Sur, Javier Franco,  preguntó a Cala: «¿Crees que con este incidente surgirá la picaresca de jugadores de algunas nacionalidades que digan haber escuchado algo en su contra?». Algunas preguntas retratan a quienes las formulan.

El racismo sigue presente en la sociedad y toma cuerpo, demasiado a menudo, en el fragor de la batalla deportiva o ante cualquier enfrentamiento social. El endurecimiento de la legislación civil y deportiva no ha conseguido erradicar comportamientos que están enraizados y que necesitan mucho más que corpus legal. Necesitan un acuerdo social, coherente y decidido frente al racismo y las expresiones de odio al diferente. En el deporte, en la sociedad, sin excepciones y sin templanzas. Sanciones administrativas (o penales), sanciones económicas y, por encima de todo, sanción social. Porque lo realmente importante no es lo que sucede en un Cádiz-Valencia sino en un partido de alevines en cualquier campo o pista de España donde un chaval, en medio de una jugada bronca le grita a otro “vete a tu país, negro de mierda”; y el ejemplo de lo que enseñemos a nuestros hijos e hijas empieza en las “grandes Ligas” y en el deporte de élite.

No es más importante la Liga que poner freno al racismo y el odio. No son más importantes los puntos que la decencia social. No hay nada más relevante ni más importante ni más urgente que erradicar estos comportamientos, individuales y colectivos. En 1992, Guus Hiddink, entrenador del Valencia, ordenó al Club retirar una pancarta de apoyo a los suyos en Mestalla en la que figuraba simbología nazi. El holandés no se paró ahí y logro que retirasen todos los videos promocionales en los que salía aquella pancarta. Consiguió más él aquél día que la legislación deportiva hasta ese momento. Porque además de la letra de la ley, algunos problemas sociales sólo se atajan desde la valentía y la firmeza. Lo demás son paños calientes. #StopRacismo

ESTÁ TODO DITO

(foto La Voz de Galicia)

La Xunta cierra el colegio de Bahamonde. Treinta alumnos y alumnas serán trasladados de centro mientras sus familias protestan todos los días sin que ni el Alcalde les dé una explicación razonable, ni el Conselleiro de Educación las reciba, pese a haberlo solicitado en media docena de ocasiones. “Está todo dito” fue la “clarificadora” explicación que Román Rodríguez dio ante la insistencia de las familias del alumnado del colegio y las críticas de la Federación de ANPAs públicas. Como puede comprobarse, toda una declaración de intenciones y una muestra de “diálogo”.

El concello lucense de Begonte tiene poco más de 3000 habitantes. Durante la última década ha ido descendiendo en población, siguiendo la dinámica que viene siendo habitual en el rural gallego. El colegio de Bahamonde acogía a 30 escolares, el 1% de la población y atendía también a estudiantes de Pigara, del concello vecino de Guitiriz. La Xunta había asegurado que sólo permitiría el cierre de aquellos centros rurales que contasen con menos de seis estudiantes; sin embargo, cierra este colegio, en plena pandemia, sin atender a las quejas de las familias y sometiéndose a la decisión del Alcalde que quiere ceder el centro a una escuela de música privada. Por qué?.

La pérdida de población del rural gallego es uno de los principales problemas de nuestro país. Durante años, el envejecimiento y la pérdida de población activa en los pequeños municipios han ido condenando a muchos de ellos a sobrevivir sólo gracias a las pensiones de los mayores y a futuro nada halagüeño. La Xunta, Feijoo y la publicidad de los medios afines insisten en la preocupación que el gobierno gallego siente por el “problema demográfico” y la existencia de amplias zonas con peligro de desaparecer. Sin embargo, frente a la propaganda y los titulares vacíos, la realidad nos demuestra que las decisiones del gobierno autonómico no hacen más que aumentar este problema: cierre de servicios sanitarios, déficit de atención a mayores, cierre de colegios… El rural no sólo languidece por falta de oportunidades laborales sino porque los servicios públicos se reducen cuando no desaparecen.

El cierre del colegio de Bahamonde no es sino un ejemplo más de la incongruencia del gobierno Feijoo… decir una cosa y hacer la contraria. La decisión es tan absurda que el Conselleiro Román Rodríguez se ha negado a recibir a las familias afectadas con la disculpa de que la decisión corresponde al Alcalde, como si el máximo responsable del sistema educativo gallego no tuviera aquí nada que decir ni que decidir… Por su parte el Alcalde no duda en afirmar que tiene que desalojar el colegio para acoger a la escuela de música/conservatorio/centro musical (ha dado distintas denominaciones) privada/municipal (¿).. como si fueran excluyentes o tuviera que someterse el colegio a otra instalación.

Curioso que hasta en A Coruña puedan convivir el Colegio Público Curros Enríquez y la Escuela Municipal de Música en el mismo centro, mientras el alumnado de Bahamonde tiene que abandonar su centro… Curioso que mientras el Conselleiro negaba que hubiera ninguna decisión tomada, los propietarios de la escuela musical privada anunciaban que iban a abrir una en Bahamonde… Curioso que mientras Feijoo dice preocuparse por el rural y querer fijar población joven en los pequeños municipios sus conselleiros se dediquen a cerrar servicios públicos especialmente importantes para las familias jóvenes. Pero, sin duda, lo más sorprendente ha sido la explicación del Conselleiro de Cultura, Educación  e Universidade (ahí es nada!)… “está todo dito”. Pues muy bien, Conselleiro, si usted lo dice….

ROCIITO

Confieso que siempre he sentido cierta simpatía por Rocío Carrasco. No sigo los programas del corazón y de las tripas, tampoco el último del que ha sido protagonista y que tanta polvareda ha levantado, pero en este mundo de información inmediata es imposible sustraerse, incluso, a las cosas que menos nos interesan. Siempre me produjo una enorme pena ver a esta mujer joven, huyendo de decenas de periodistas que corrían tras ella para captar una palabra, una imagen, una reacción.. mientras los platós se llenaban de aves carroñeras dispuestas a despedazarla.

Siempre me llamó la atención la frialdad y la fiereza con la que una colección de tios, primos y demás familia se dedicaban al despiece mientras ella callaba y corría. Corría y se escondía. Librerías y quioscos nos han enseñado su imagen, silenciosa, seria, semi oculta y cómo la tristeza iba ganando la batalla, mientras los bufones del circo salían en portada, acicalados, explicando lo mala madre que era. Mala madre, mala sobrina, mala prima, mala hermana. Mala todo, vaya. Y ella callaba y se escondía.

Supongo que Rocío Carrasco se hartó de ser la mala, La única que no exponía a sus hijos en el mercado público, la que no los paseaba por las exclusivas sacando al aire sus miserias. Imagino que hay un momento en que la cabeza debe decir “hasta aquí”. El otro día relató en un plató en un documental cómo su ex marido la había maltratado. Tampoco es que hiciera falta ser un genio para sospecharlo. El sujeto en cuestión nunca fue un ejemplo edificante. Desde su expulsión de la guardia civil por haberse quedado con dinero de las multas hasta el paseíllo de plató en plató, contando vida y milagros, enseñando cartas y fotos personales, repitiendo lo buen padre que era y, de paso, viviendo del cuento y de hacerle daño a la madre de esos hijos a los que –por lo visto- tanto quiere.  

Tres millones y pico de personas debatiendo delante del televisor, las redes arden, en las tertulias del corazón y el fango se gritan más que nunca, la Ministra de Igualdad saluda la valentía de la señora Carrasco, Ana Rosa Quintana se enfada con la Ministra (se ve que de la vida de esta señora sólo puede hablar la Quintana) y la España cutre se enerva contra “la mala”. Y hasta parece que al maltratador Tele 5 lo ha “echado”, eso si, olvidando que durante años le dio de comer a cambio de que destrozara la vida de su ex y la de sus hijos.

Pero lo cierto es que el programa no desnudó a un impostor. El documental “le pintó la cara” a este país. A ese periodismo cutre que se revuelca en las desgracias familiares y las alimenta a cambio de subir el número de espectadores. A esas millones de personas que disfrutan viendo las desgracias de los supuestos privilegiados, capaces de jalear la humillación y el dolor ajeno porque, de alguna manera, eso les ayuda a olvidar las miserias propias. A una sociedad capaz de tolerar que se encumbre a personajes miserables que viven de hacer daño públicamente a los demás. A una sociedad en la que permitimos –y hacemos grandes- a programas, cadenas y supuestos profesionales que viven de revolcarnos a todos en el fango. Y a un sistema judicial, por cierto, que no actúa de oficio a veces, cuando se utiliza a menores a cambio de seguir viviendo del cuento y de la maldad.

En fin. Es posible que, como dicen algunas personas, la decisión de Rocío Carrasco sirva para que otras mujeres den un paso adelante. Yo, francamente, me conformaría con que esa  pandilla de indeseables que la persiguieron y alimentaron al monstruo se fueran para casa. Me conformaría con que esa caterva de familiares y tertulianos gritones se mirasen a un espejo y se vieran por dentro. Me conformaría con que nos negásemos a pasar las sobremesas escuchando barbaridades de gente, cuando menos, insolvente. Me conformaría con que ninguna persona tuviera que volver a desnudar su vida delante de millones de personas, para que la creyesen. Y, si acaso, me conformaría con que dejasen de llamarla Rociito.

LA LIBERTAD Y LO OTRO

Tras una semana de disturbios en las calles de Barcelona, el presidente en funciones, Pere Aragonés, salió a condenar –con tibieza- la violencia y respaldar –con más tibieza, aún- a los Mossos. Siete días de silencio institucional que terminaban por la presión de pequeños comerciantes, empresariado, asociaciones vecinales y, sobre todo, los sindicatos policiales, que exigían alguna respuesta ante el vandalismo. Unas horas antes, desde su tribuna radiofónica, Iñaki Gabilondo resumía el momento con la sabiduría a la que nos tiene acostumbrados: “Parecemos una brújula desnortada. Confundimos el apasionante debate sobre la libertad de expresión con el elogio de un energúmeno social; confundimos manifestación de protesta con vandalismo. Pero es gravísimo que las autoridades guarden silencio, se pongan de perfil o incluso lo disculpen”.

Pablo Hasél no va a la cárcel por injurias a la Corona. Ingresa en prisión tras dos condenas por agredir a un periodista de TV3 y a un testigo en un juicio, otra condena por amenazas al ex Alcalde de Lleida Angel Ros, por enaltecimiento del terrorismo y, finalmente, por injurias a la Corona. El supuesto artista ha convertido el matonismo en una manera de estar en el mundo y, de paso, conseguir descargas en Youtube y vivir de la agresión –verbal o no- a los demás desde 2011.

Según la “teoría Hasél” la prensa catalana está vendida, la española defiende intereses totalitarios, Ros fue Alcalde con mayoría absoluta por ser un mafioso que compraba votos y Patxi López y José Bono son dos fascistas. Todas ellas barbaridades, pero nadie le discute el derecho a pensarlas ni a esgrimirlas como debate político. Lo que no puede, ni él ni nadie, es convertir sus opiniones en agresiones físicas o verbales, hacer acusaciones falsas, fomentar el odio e incitar a la violencia contra personas con las que no concuerde ideológicamente.

Lo que es más discutible es que pueda –él o cualquier otra persona… artista, taxista o militar- convertir en arte frases como “Merece que explote el coche de Patxi López”, “Merece también un navajazo en el abdomen y colgarlo en alguna plaza”, “No me da pena tu tiro en la nuca pepero. No me da pena tu tiro en la nuca, sociolisto, “Que alguien clave un piolet en la cabeza de Bono”. Tampoco puede liarse a puñetazos con un cámara de televisión, llenar las redes de acusaciones o hacer llamamientos a que ardan las calles. O sí puede, pero tiene que arriesgarse a que alguien lo denuncie y un Tribunal le condene y las condenas reiteradas le lleven a prisión. A él como a cualquier otro. Sus seguidores podrán manifestarse, protestar  e insistir. Pueden contradenunciar, escribir, hacer sentadas, concentraciones, manifestaciones. Pueden votar, fundar un partido, presentarse a las elecciones o llevar su caso al Tribunal de La Haya. Lo que no pueden es quemar contendores, arrancar papeleras, atacar comercios y llenar de violencia las calles. Ni ellos ni otros.

La libertad de creación no puede esconder la incitación al odio ni la violencia como único recurso creativo. En realidad Hasél no es un artista. No lo era cuando en 2012 llenaba su TL de perlas como “Esas zorras creen que pueden dominarme por tener dos tetas y un coño” ni ahora cuando escupe odio y señala a quienes –según él- deben ser asesinados, sean políticos, policías o Infantas de España. Hasél es un energúmeno social que sólo merecería la indiferencia si no fuera porque llevamos siete días viendo arder las calles de Barcelona. Oigo a periodistas afirmar que detrás de esa violencia se esconde el “malestar social” de una generación. Es posible. Pero llevamos un año leyendo cómo mueren en soledad decenas de miles de personas en residencias de mayores mal gestionadas y escuchando a personal sanitario reclamar más medios; ya puestos a quemar mobiliario urbano, tenían aquí dos causas maravillosas.

Seguramente una democracia parlamentaria no es un Régimen perfecto, pero desde luego no mejora a golpe de coctel molotov. Probablemente puedan ensancharse los límites de la libertad de expresión, pero eso no significa naturalizar la amenaza o el odio, ni aún disfrazados de creación artística. Defender la convivencia, la libertad y la dignidad tiene más que ver con poner límites a la barbarie que con disimular mirando para otro lado. Los problemas no desparecen porque dejemos de nombrarlos. Cuarenta años después del 23-F no parece que quienes se empeñan en poner en cuestión nuestro sistema democrático nos ofrezcan un marco de convivencia más libre ni un entorno social y político más ético. Quizás debamos quitarnos algunos complejos.

EL EFECTO ILLA

A cuatro días de las elecciones catalanas, con más de veinte mil alegaciones para no formar parte de las mesas electorales, nadie parece en disposición de asegurar qué sucederá el próximo domingo en las urnas. En la política actual un día es un año; cuatro días, un siglo, así que no hay quien se atreva a pronosticar un resultado cierto, ni siquiera con la ayuda de las encuestas, más o menos fiables, que transitan por las redes sociales una vez prohibidos los canales tradicionales.

Pese a todo hay una cierta coincidencia en señalar tres hechos como más que probables para el próximo domingo: la abstención volverá a las cifras habituales y la votación quedará lejos del récord alcanzado en 2017 cuando votó el 80% del electorado; en segundo lugar, se vislumbra un triple empate “técnico” en cabeza, entre PSC, ERC y Junts per Cat, dibujando una difícil situación para tejer acuerdos y garantizar gobernabilidad. Finalmente, el tercer elemento es el denominado “efecto Illa”; tras años de calvario y pérdida de votos, el PSC ha revolucionado la campaña –y presumiblemente el resultado final- con el candidato Salvador Illa como el candidato más valorado y, por tanto,  convertido en blanco de todos los ataques.

El 14-F es el último –de momento- acto tras casi una década de caos político, división social y la práctica desaparición de las instituciones, fagocitadas por el debate eterno, el único debate posible, independencia si o no. De hecho, la cita electoral tendrá lugar este domingo tras una “convocatoria técnica”, tras la incapacidad de los nacionalistas para acordar una fecha electoral y superado el lapso legal que permitía a Aragonés actuar como President accidental, pero no le otorgaba competencias para retrasar la convocatoria.

Desde aquél 20 de septiembre de 2012 en que Mas se echó al monte, sólo la pandemia ha conseguido sobresalir por encima del debate secesionista. Y es precisamente la pandemia, y el hombre a quien le tocó lidiar directamente con ella, lo que que parece haber sacudido el tablero electoral con la fuerza suficiente como para modificar las estrategias de la práctica totalidad de los partidos políticos. El Covid 19 dejó al aire, más si cabe, las costuras de una pésima gestión autonómica que en una década situó a Cataluña a la cola en todas las ratios que miden el bienestar. Mínima inversión en sanidad, listas de espera que no dejaron de incrementarse, desmantelamiento de los servicios de atención a la dependencia… ni siquiera el antaño prestigioso sistema educativo se ha salvado después de diez años de incomparecencia gubernamental. Si a esto sumamos la frustración de quienes habían confiado en las promesas de los partidos secesionistas, es fácil comprender que ahora sean otras las prioridades señaladas por el electorado catalán.

Salvador Illa, veterano socialista bregado en tareas institucionales y orgánicas, llegó al Ministerio de Sanidad como la “cuota” del PSC. Nada aventuraba lo difícil que iba a resultar su travesía, pero el virus lo cambió todo. Sánchez le confió el mando único desde el primer momento, pensando tal vez que ante una situación inédita vendría bien el talante de diálogo y cooperación del catalán. Un año después, pese a los miles de fallecimientos, las dificultades de coordinación, las certezas convertidas en dudas, las tres olas y las mil batallas –no todas ganadas- Illa aparece como el político más valorado para incomprensión de la derecha y desesperación de sus rivales electorales. Cómo es posible?, se preguntan unos y otros.

Superados los primeros meses, la segunda y tercera ola sirvieron para desmontar aquél lugar común de que éramos “los peores”. España era la peor gestionando, sin duda. Once meses después, el virus se ha encargado de ponernos a todos en el mismo lugar, el de la derrota. Así que ahora que ya sabemos que todos los países han transitado por la misma senda de contagios, incógnitas y muerte, el diálogo, la generosidad y la lealtad institucional que mostró siempre Illa aparecen como valores al alza. Sin duda, el Ministro de Sanidad fue el único político al que jamás se oyó un reproche, una crítica o un mal comentario acerca de los gobiernos autonómicos con quienes se reunía cada semana. Ni siquiera Ayuso le sacó de sus casillas –aunque a punto estuvo- y fue capaz de sobreponerse al guirigay diario y a las continuas deslealtades de quienes trataban de utilizarle para esconder sus propias calamidades. Quizás, en esta ocasión, los electores prefieren la política cooperativa y amable, en lugar del cinismo reinante.

Salvador Illa se sienta en los debates electorales para hablar de unidad, reencuentro y cohesión entre la ciudadanía catalana, profundamente dividida en estos años. Habla de sanidad, de invertir en investigación, de reflotar el sistema educativo, de poner en pie servicios sociosanitarios que merezcan tal nombre. Illa habla de ERTEs, de entendimiento entre los agentes sociales, de renta social, de inversión estratégica y de recuperar el liderazgo perdido. Habla de llegar a acuerdos, de hablar y, sobre todo, de escuchar. Habla, en fin, de no perder de nuevo una oportunidad. Nadie sabe qué sucederá el domingo ni si el “efecto Illa” servirá para modificar el tablero político y procurar un gobierno más centrado en derechos y políticas sociales que en las banderas. En todo caso, el hoy candidato cambió el paso de la política, convirtió el diálogo en algo habitual y nunca se dejó llevar por la lucha en el barro. Sólo por eso ya habrá valido la pena.

NOTA: Este artículo se publicó en MUNDIARIO la semana previa a las elecciones catalanas

EL DEPORTE Y ALGO MÁS

(foto del Hockey Club Traviesas de Vigo)

La Xunta anunció ayer, a través del Conselleiro de Sanidade, la suspensión de las competiciones deportivas autonómicas; además, los entrenamientos sólo podrán reunir a cuatro deportistas más un entrenador. Es decir, en la práctica se suspenden también los entrenamientos en las disciplinas colectivas. Sólo se mantienen las competiciones de ámbito estatal.

Es evidente que la tercera ola de la pandemia provocada por el Covid 19 galopa desbocada tras las fiestas navideñas. Cuando aún no se han cumplido los catorce días de rigor después de Reyes, el nivel de contagios, la Incidencia, la ocupación de las UCIs y la mortalidad no dan tregua, así que resulta difícil discutir o poner peros a casi cualquier medida restrictiva. No hay valor que se pueda comparar con el de una vida humana, así que no hay posible debate, pero quizás merezca la pena aportar alguna reflexión.

La situación actual viene derivada de las alegrías de hace unas semanas. Está claro que “salvar la Navidad” ha tenido un coste demasiado elevado y que las medidas tomadas en su día contribuyeron al desastre. La movilidad entre comunidades o dentro de la propia autonomía, la relajación en las restricciones de aforos de hostelería y comercio y una cierta sensación de prematura victoria fueron decisivas para la transmisión descontrolada del virus. La irresponsabilidad de una parte de la ciudadanía hizo el resto.

Hoy, en la segunda quincena de enero, cada día batimos un record. Todos negativos, en todas las comunidades, en todos los ámbitos. Al avance del Covid hemos de sumar la falta de refuerzos en la sanidad y en la atención sociosanitaria. Al igual que en los primeros meses de la pandemia, la muerte se ceba con las residencias de mayores –salvo honrosas excepciones- y siguen faltando profesionales, tanto para Atención Primaria como en Especializada; tanto en medicina como en enfermería. Mientras, la vacunación avanza lentamente.

Puestas así las cosas, cada día asistimos a una suerte de alocada carrera de restricciones (no se sabe si para atajar la pandemia o para olvidar los excesos navideños) sin demasiado sentido. Una tarde se anuncia el “toque de queda” a las diez de la noche y a la mañana siguiente se pide que se rebaje a las ocho de la tarde. Un martes se cierra el interior de la hostelería y el jueves se cierran las terrazas.. como si el virus fuera a mudar su comportamiento de un día para el otro o si las medidas tuvieran que dar fruto de manera inmediata, tal cual se anuncian en la rueda de prensa. Vivimos en un estado de ansiedad permanente.

En este rosario de medidas, ayer se optó por paralizar las competiciones deportivas autonómicas y poner una serie de condiciones para los entrenamientos que, de facto, suponen la suspensión inmediata de los mismos. Desde el final del Estado de Alarma, el deporte ha ido adecuando su práctica a las exigencias de las autoridades sanitarias. Entrenamientos individualizados, luego en pequeños grupos, protocolos de higiene, distancia, mascarilla para entrenar y jugar. Los clubes han invertido en seguridad, en test –quincenales, cuando no semanales- para sus deportistas, aforaron los espacios, se adaptaron a horarios imposibles,  prepararon competiciones sin público, aprovecharon los espacios libres para entrenar sin riesgo. Lo cierto es que el deporte, junto con el ámbito educativo, han resultado de enorme seguridad y la responsabilidad ha sido la actitud mayoritaria.

Cabe destacar el enorme esfuerzo del deporte aficionado, semi profesional y muy especialmente en aquellas especialidades que no son mayoritarias. Personal técnico, familias, directivas, deportistas grandes y pequeños demostraron capacidad de adaptación, disciplina y entusiasmo. Resulta hasta emocionante ver las filas de los más pequeños a la entrada de los entrenamientos o comprobar cómo, ante la imposibilidad de acudir en directo, youtube, instagram o facebook servían para retransmitir las competiciones y en cada club hay un padre o madre convertidos en “profesionales” de la cámara.

A lo largo de estos meses, el deporte desempeñó un papel muy importante para jóvenes y mayores. En este mundo pandémico ayudó a mantener la actividad física en condiciones seguras, muchas familias encontraron en los clubes ayuda para que sus hijos e hijas pudieran realizar alguna actividad sin peligro y adolescentes y jóvenes un lugar donde disfrutar y compartir. El deporte fue salud, ocio y hasta nos ayudó a combatir el estrés.

Ahora pararán. Lo harán con la misma responsabilidad con la que han actuado estos meses, pero quizás conviene que seamos conscientes de que esta decisión no se apoya en ninguna evidencia sanitaria, al menos en ninguna conocida. Los escasísimos contagios que han aparecido en clubes y entidades deportivas, y específicamente en aquellas categorías autonómicas, lo han sido por contactos ajenos a los entrenamientos o encuentros deportivos y han sido atajados de inmediato por las directivas y familias. No ha habido un problema de contagios masivos en el deporte, no hay desplazamientos masivos peligrosos, no hay competiciones en aforos de riesgo. Francamente, no parece que haya motivos específicos para señalar este ámbito.

Es obvio que la situación de la pandemia es grave y, por tanto, cualquier tema parece banal al lado de la mortalidad, pero quizás debamos ser capaces de mirar con un poquito de perspectiva y tratar de que, en el ánimo de poner en marcha medidas de defensa frente al virus, no perjudiquemos innecesariamente ámbitos saludables y seguros. Ojalá el parón sea sólo ese “tiempo muerto” del que hablaba el Secretario Xeral y ojalá las entidades deportivas más modestas sean capaces de superar esta prueba tan difícil. Una más. No es sólo deporte. Es colchón social, es salud, es comunidad. Es deporte y algo (mucho) más.

TRUMP Y EL FINAL

Domingo de Reyes. Las teles se inundan con imágenes más propias de países tercermundistas. Una turba de fanáticos seguidores del todavía presidente de USA, Donald Trump, entra por la fuerza en el Capitolio durante la sesión que debe certificar de manera oficial el triunfo de Joe Biden. Trump lleva semanas (desde su derrota) insistiendo en un supuesto “pucherazo electoral” e intentando una revuelta en el seno de los Republicanos que sólo una minoría parece dispuesta a seguir. Su último revés ha sido la negativa de Mike Pence, el Vicepresidente actual, a asumir los argumentos del millonario vencido y bloquear la elección legal del presidente electo.

Abandonado por la mayor parte de sus fieles, Trump decidió arengar a sus seguidores a pocos metros del Capitolio. No podían asumir el resultado. O América es “suya” o no es de nadie. La reacción de los trumpistas reaccionarios y antisistema no se hizo esperar; el asalto a la sede de la democracia americana ofreció imágenes más propias otros lugares. Disparos, cristales rotos, despachos invadidos y protofascistas violando el Congreso. En realidad, si fuera Bolivia, Colombia o Turquistán le llamaríamos “golpe de Estado”.

Más allá del tiempo que el FBI y la Guardia Nacional tarden en revertir la situación y devolver la normalidad política e institucional, es evidente que el daño en la imagen de la –todavía- “primera potencia mundial” es notable, pero no lo es menos que este final es digno de quien ha empleado los cuatro años de su presidencia en socavar los principios democráticos, convertir USA en una caricatura de sí misma y gobernar a golpe de twitter, atendiendo más a los intereses de algunos lobbys que a las necesidades de pueblo americano. Trump ha sido una desgracia como presidente, un desastre como estadista mundial y una figura peri patética  que parecía no haber salido del reallity show que tan popular le hizo.

Donald Trump lleva más de cuatro años campando a sus anchas, diciendo auténticas barbaridades y jugando con la legalidad a su antojo. Desde la utilización de mecanismos turbios para ganar las elecciones ante Hillary Clinton al nombramiento de la última jueza del Tribunal Supremo, ya en plena campaña electoral, su gobierno ha sido un desafío a la razón. Y, desde la noche en que los americanos le enviaron a casa, no ha dejado de hablar de “elección fraudulenta” “robo” “fraude electoral” para intentar retrasar su derrota y poner piedras en el camino del nuevo equipo gubernamental encabezado por Biden y Harris. Más de sesenta demandas fallidas contra los resultados en distintos estados, un lamentable recorrido judicial de la mano de Giuliani, fueron consumiendo los desesperados intentos de Trump. Hoy, mientras Georgia inclinaba la balanza del Senado, también del lado demócrata y allanaba la Legislatura para Joe Biden, Trump arengó a la turba de seguidores que a continuación asaltaron el Capitolio. No había otro final posible para el personaje y su mundo.

Siete millones de votos dieron la victoria a Biden, el pasado mes de noviembre. De hecho, Trump otorgó a los republicanos el mejor resultado de su historia, pese a perder. Republicanos de buena cuna, obreros decepcionados, fanáticos religiosos, sudistas nostálgicos, ultraliberales que reniegan del poder federal, antisistema necesitados de liderazgo… Todos encontraron en el excéntrico neoyorquino la voz que les rescatase de su frustración, tras los ocho años de la histórica presidencia de Obama; todos, y algunos más, volvieron a votarle hace dos meses y muchos de ellos no fueron capaces de gestionar la derrota y asumieron las teorías del supuesto fraude, sin prueba alguna, más allá de la teatralidad del derrotado y su mediática familia.

Nadie quiso dar demasiada importancia al pataleo antidemocrático de Trump. Ni los medios, ni el entorno económico, ni sus correligionarios. Hoy, los aledaños del Capitolio ni siquiera contaban con una seguridad especial –qué diferente de aquél Washington tomado por las fuerzas de seguridad ante las movilizaciones del Black Lives Matter, contra los asesinatos racistas del último año- y los trumpistas entraron como matones profesionales hasta la misma presidencia que ocupaba Mike Pence y el despacho de Nancy Pelossi. Nadie quiso otorgar gravedad a los desmanes antidemocráticos de Donald Trump. Nadie quiso sospechar que el fascismo tomara forma en las calles americanas. Nadie quiso imaginar que “eso” podía pasar en USA. Hoy, por primera vez en la historia, la sesión que debía certificar el nombramiento del nuevo presidente fue interrumpida por quienes asaltaron el Capitolio. Tal vez muchos hayan sido hoy conscientes de la fragilidad de la democracia, de la necesidad de defenderla, del riesgo que corre cada vez que un Trump llega al poder, en USA o donde sea. Tal vez estos cuatro años, finalmente, hayan servido para algo. Ojalá.