ROCIITO

Confieso que siempre he sentido cierta simpatía por Rocío Carrasco. No sigo los programas del corazón y de las tripas, tampoco el último del que ha sido protagonista y que tanta polvareda ha levantado, pero en este mundo de información inmediata es imposible sustraerse, incluso, a las cosas que menos nos interesan. Siempre me produjo una enorme pena ver a esta mujer joven, huyendo de decenas de periodistas que corrían tras ella para captar una palabra, una imagen, una reacción.. mientras los platós se llenaban de aves carroñeras dispuestas a despedazarla.

Siempre me llamó la atención la frialdad y la fiereza con la que una colección de tios, primos y demás familia se dedicaban al despiece mientras ella callaba y corría. Corría y se escondía. Librerías y quioscos nos han enseñado su imagen, silenciosa, seria, semi oculta y cómo la tristeza iba ganando la batalla, mientras los bufones del circo salían en portada, acicalados, explicando lo mala madre que era. Mala madre, mala sobrina, mala prima, mala hermana. Mala todo, vaya. Y ella callaba y se escondía.

Supongo que Rocío Carrasco se hartó de ser la mala, La única que no exponía a sus hijos en el mercado público, la que no los paseaba por las exclusivas sacando al aire sus miserias. Imagino que hay un momento en que la cabeza debe decir “hasta aquí”. El otro día relató en un plató en un documental cómo su ex marido la había maltratado. Tampoco es que hiciera falta ser un genio para sospecharlo. El sujeto en cuestión nunca fue un ejemplo edificante. Desde su expulsión de la guardia civil por haberse quedado con dinero de las multas hasta el paseíllo de plató en plató, contando vida y milagros, enseñando cartas y fotos personales, repitiendo lo buen padre que era y, de paso, viviendo del cuento y de hacerle daño a la madre de esos hijos a los que –por lo visto- tanto quiere.  

Tres millones y pico de personas debatiendo delante del televisor, las redes arden, en las tertulias del corazón y el fango se gritan más que nunca, la Ministra de Igualdad saluda la valentía de la señora Carrasco, Ana Rosa Quintana se enfada con la Ministra (se ve que de la vida de esta señora sólo puede hablar la Quintana) y la España cutre se enerva contra “la mala”. Y hasta parece que al maltratador Tele 5 lo ha “echado”, eso si, olvidando que durante años le dio de comer a cambio de que destrozara la vida de su ex y la de sus hijos.

Pero lo cierto es que el programa no desnudó a un impostor. El documental “le pintó la cara” a este país. A ese periodismo cutre que se revuelca en las desgracias familiares y las alimenta a cambio de subir el número de espectadores. A esas millones de personas que disfrutan viendo las desgracias de los supuestos privilegiados, capaces de jalear la humillación y el dolor ajeno porque, de alguna manera, eso les ayuda a olvidar las miserias propias. A una sociedad capaz de tolerar que se encumbre a personajes miserables que viven de hacer daño públicamente a los demás. A una sociedad en la que permitimos –y hacemos grandes- a programas, cadenas y supuestos profesionales que viven de revolcarnos a todos en el fango. Y a un sistema judicial, por cierto, que no actúa de oficio a veces, cuando se utiliza a menores a cambio de seguir viviendo del cuento y de la maldad.

En fin. Es posible que, como dicen algunas personas, la decisión de Rocío Carrasco sirva para que otras mujeres den un paso adelante. Yo, francamente, me conformaría con que esa  pandilla de indeseables que la persiguieron y alimentaron al monstruo se fueran para casa. Me conformaría con que esa caterva de familiares y tertulianos gritones se mirasen a un espejo y se vieran por dentro. Me conformaría con que nos negásemos a pasar las sobremesas escuchando barbaridades de gente, cuando menos, insolvente. Me conformaría con que ninguna persona tuviera que volver a desnudar su vida delante de millones de personas, para que la creyesen. Y, si acaso, me conformaría con que dejasen de llamarla Rociito.

Publicado por Mar Barcon Sanchez

Madre, médico, socialista, coruñesa nacida en Ortigueira. Razonablemente feliz.

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