Si son ustedes amantes de las fechas históricas no olviden guardar para siempre los días del 7 al 10 de octubre de 2024, la semana en la que dos de los mejores deportistas de toda la historia – no sólo españoles- anunciaron su retirada. Los días en que el deporte mundial volvió los ojos emocionados a España para escuchar y honrar, una vez más, a dos monstruos que nos enamoraron y forman ya, para siempre, parte de nuestra historia.
Iniesta y Nadal, Nadal e Iniesta. Es posible que a usted el fútbol le dé igual, pero con toda seguridad recordará aquél “Iniesta de mi vida!!!!” con el que el comentarista se rendía al talento que nos iba a colocar una estrella en el pecho. Quizás usted no sepa ni le interese mayormente el tenis, pero seguramente nunca olvidará las tardes de domingo, primavera tras primavera, con Nadal apretando el puño y revolcándose en la tierra sagrada de la Philippe Chatrier ante el asombro – primero- y el entusiasmo – después- de la afición francesa y mundial.
El deporte tiene algo de competición pura y dura y un mucho de catarsis colectiva. Pocos como ellos simbolizan ese júbilo compartido que atravesaba el país de norte a sur y sin entender de diferencias sociales ni políticas. No hay manifestación ni convocatoria capaz de sacarnos a todos a la calle, envueltos en banderas patrias, como lo hizo aquél gol de Iniesta o los triunfos en la Eurocopa de aquella generación y ahora de la presente. No había boda ni evento familiar capaz de hacernos perder aquellos mágicos “drives” de Rafa que sonaban por el aire como si le lanzase un cuchillo al adversario.
Nada como ver aquellos aguerridos holandeses, supuestos herederos de “la naranja mecánica” y que se hartaron de dar patadas, fascinados por la imagen menuda de Iniesta gritando al mundo su gesta. Nada como ver, año tras año, cómo los “perversos gabachos” se rendían al talento de Nadal, al que recibieron como un advenedizo y terminaron haciéndole una estatua e invitándolo a llevar la antorcha olímpica a los pies de la Torre Eiffel. No cabe más amor.
Pero además del brillo y los laureles, ambos deportistas nos dejan algunas lecciones importantes. La primera, y más importante, que el deporte no es sólo oropel y triunfo, ni siquiera para los mejores. Iniesta contó, con la voz calmada de quien ya a nada teme, su paso por los infiernos de la ansiedad y la depresión. Nos contó que un día pensó en dejarlo todo, en abandonar su pasión, en colgar las botas porque no era capaz de superar el miedo, el terror a una nueva lesión, la presión, el dolor por el amigo muerto. Que no lograba encontrar el sentido a todo aquél sufrimiento. A Iniesta el Mundial le regaló no sólo un lugar en la historia para siempre sino que le devolvió la razón por la que jugar al fútbol, la alegría, la magia.. y un momento único para volver a decirle a Dani Jarque que sería eternamente su amigo.
“Rafa se acostumbró a vivir con dolor”. Así explicaba Toni Nadal el calvario que su sobrino vivió desde que en el año 2005 un médico le anunció que su carrera deportiva había terminado por culpa del síndrome de Müller-Weiss, o, dicho de otra manera, una degeneración del escafoides tarsiano que le impedía apoyar el pie. Durante casi veinte años la historia de Rafa Nadal ha sido una historia de superación pero también de reconocimiento, en muchas ocasiones, del dolor propio, de que el cuerpo le exigía parar. Cada triunfo era una epopeya contra los adversarios pero, sobre todo, contra sí mismo. Cada partido era un regalo; cada victoria, una tregua ganada a pulso..levantar los brazos y vuelta a empezar.
Iniesta y Nadal nos enseñaron a mirar el éxito de otra manera. A conocer la cara oculta del triunfo, esa que casi nunca veíamos. Nos enseñaron sus temores, su dolor, sus lágrimas, su impotencia pero también su grandeza. Sus triunfos fueron los de todo el país, sus sueños, los sueños de todos convertidos en realidad colectiva, en triunfo compartido, que es como mejor saben. Ni el uno ni el otro conjugaron nunca la primera persona del singular. Ni uno ni otro se olvidaron jamás del equipo, de quienes les rodeaban, quienes les apoyaban, quienes les hacían más y más grandes, quienes les sujetaban en las derrotas y les dejaban brillar en las victorias. Porque precisamente los más grandes saben que no hay triunfo que se pueda contar como una historia individual, que no hay trayectoria que se explique en solitario, que no hay victoria sin un equipo al lado. Por eso, por todo ello, sus sueños han sido y serán para siempre, los sueños de todos. Muchas gracias!.